Abundan de años atrás, y mucho más durante estos momentos de novedad, las biografías sobre José Gregorio Hernández. Los detalles de sus orígenes, su muerte prematura, el ejemplo de su entrega, las proezas de su genio científico y el caudal de su
devoción cristiana son hoy día tópicos ampliamente conocidos y difundidos con fervor por el pueblo jubiloso. Pero conocer al Siervo de Dios por dentro, contado por sí mismo y explicado en su propia voz, solo es posible leyendo el que muchos consideran es su obra capital: Elementos de filosofía, el libro donde ahonda en su pensamiento, reflexiona sobre la fe, cuestiona la propia existencia humana y revela quién realmente fue el hombre detrás del beato.
No es su texto más conocido. También porque su faceta como escritor no es la más conocida de las tantas que tuvo. Pero sí, este tratado, publicado en 1912, es una rara avis dentro de su producción intelectual centrada especialmente en las ciencias médicas.
Allí Hernández dibuja los fundamentos de su carácter y sobre todo deja claro lo que para él era una verdad irrebatible: que pensamiento y fe no son antagonistas sino, antes bien, las dos piernas de un mismo cuerpo.

“Si alguno opina que esta serenidad, que esta paz interior de que disfruto a pesar de todo, antes que a la filosofía, la debo a la Religión santa que recibí de mis padres, en la cual he vivido, y en la que tengo la dulce y firme esperanza de morir: Le responderé que todo es uno”.
Así lo enfatiza en el prólogo y lo reitera durante toda la extensión del texto, de unas 250 páginas y tres “libros”, no precisamente fácil de conseguir en librerías, de hecho, la Biblioteca Nacional resguarda la copia que posee en su Colección de Libros Raros y Manuscritos, pero que para buena fortuna del público lector, está escaneada y disponible para su libre descarga en la Biblioteca Digital César Rengifo (http:// bibliotecadigital.bnv.gob.ve), portal de la Biblioteca Nacional.
La historia de este libro, en el que habla de arte, de belleza, de historia, de la existencia de Dios, incluso en donde profundiza alrededor de un debate en el que ya había polemizado con sus contemporáneos, el de evolución versus creación, es la historia de un hombre adelantado a su tiempo que abrevó de la oración como mismo lo hizo del conocimiento humano, y que mientras más caminaba en una, más confirmaba la otra.
Por gratitud. Tenía ya 48 años. Mucho había pasado desde la partida de su Isnotú natal, de donde se fue con el compromiso a cuestas de ser a todas luces un niño prodigio. Huérfano de madre, su padre lo envío a Caracas a los 13 años para estudiar medicina llevando como equipaje las más granadas cartas de recomendación. Arribó luego de una odisea que hoy sería más que una
extravagancia: atravesó los Andes en mula, navegó de sur a norte el Lago de Maracaibo, luego zarpó hasta Curazao, de allí a Puerto Cabello para finalmente atracar en La Guaira donde tomó un tren hasta la capital. A partir de esa travesía vivió intensamente, tuvo ojos y oídos atentos para aprender de lo humano y de lo divino, y cuando decidió escribir y publicar su tratado filosófico, siendo ya un hombre de mediana edad, el vibrante trayecto vital que había recorrido legitimaba a sus intensiones.

“El alma venezolana es esencialmente apasionada por la filosofía. Las cuestiones filosóficas la conmueven hondamente, y está deseosa siempre de dar solución a los grandes problemas que en la filosofía se agitan y que ella estudia con pasión. La ciencia positiva, la que es puramente fenomenal, la deja la mayor parte de las veces fría e indiferente. Dotado como los demás de
mi Nación, de ese mismo amor, publico hoy mi filosofía, la mía, la que yo he vivido; pensando que por ser yo tan venezolano en todo, puede ser que ella sea de utilidad para mis compatriotas, como me ha sido a mí, constituyendo la guía de mi inteligencia. También la publico por gratitud. Esta filosofía me ha hecho posible la vida”, subraya también en el prólogo.
Hernández hace un recorrido histórico y cualitativo por los grandes maestros del pensamiento y las grandes escuelas occidentales, desde Sócrates, Aristóteles y Platón pasando por pensadores tan diversos como Spinoza, Hegel, Kant y Darwin. También escudriña en aspectos humanos como las ideas, el juicio, la voluntad, la verdad, la moral y la memoria, así como a áreas del saber y la creación como el arte. Habla de metafísica, de psicología, de la conciencia, de la ciencia y sus divisiones, entre otros varios temas.
“La Poesía es de todas las bellas artes la más excelsa, es el arte divino. Nada escapa a su jurisdicción; ella expresa en grado sublime la belleza toda, la belleza natural, la intelectual y la moral. Su instrumento que es la palabra es lo más bello que hay en el universo después del hombre. La Poesía penetra hasta el fondo del alma humana, pone en movimiento todas sus actividades, y la engrandece, porque satisface todas sus aspiraciones artísticas”, dice en la sección dedicada a las bellas artes.
Sobre la existencia de Dios, la afirma tajantemente e incluso dice que para ser “hombre de ciencia” es imprescindible ser creyente o al menos panteista dado que quien es ateo no puede explicar el inicio de la existencia misma del universo. El origen del ser humano se lo atribuye a Dios, pero admite que fue en la naturaleza donde fue evolucionando, así que si bien se declara creacionista,
no lo es de forma absoluta o al menos tradicional.
“Esta doctrina de la evolución concuerda perfectamente con la verdad filosófica y religiosa de la creación, a la vez que explica admirablemente el desarrollo embriológico de los seres vivos, la existencia en ellos de órganos rudimentarios, la unidad de estructura y la unidad funcional de los órganos homólogos. La misma generación espontánea nada tiene de opuesto a la creación, pues muy bien puede admitirse que reunidos convenientemente los cuerpos minerales que han de constituir el cuerpo vivo, Dios concurra para animarlos, así como una vez que están reunidos el óvulo y el espermatozoide de la manera natural, Dios termina la
formación del hombre, creando el alma que ha de animarlo”, reflexionó sobre el debate que lo enfrentó con sus colegas más entrañables, sanjando una discusión de décadas.
Hernández publicó Elementos de filosofía en el mismo año en que abruptamente debió interrumpir sus actividades como catedrático en la Universidad Central de Venezuela (UCV) debido al cierre ordenado por Juan Vicente Gómez. Allí había aportado grandes avances para la enseñanza científica, entre ellos la introducción del microscopio. Para entonces se había entregado a
las aulas y a la investigación en cuerpo y alma luego de regresar de estudiar postgrados es Europa y de dos intentos fallidos por asumir los hábitos y convertirse en religioso.
El volumen, que aclara en su portada que se publica “Con aprobación de la autoridad eclesiástica”, vio la luz con el sello de El Cojo, mismo que editaba la revista El Cojo Ilustrado, donde ya Hernández era conocido al haberles confiado en sus páginas cinco relatos,
a saber: El Sr. Nicanor Guardia (1893), en el que hace una semblanza de su colega y compatriota; Visión de arte (1912), donde se sumerge en el cuadro de Arturo Michelena La multiplicación de los panes; En un vagón (1912), texto que reflexiona sobre el libre albedrío; y Los maitines (1912), en el que se ocupa de narrar al pueblo de la Cartuja. La empresa El Cojo también publicó el libro científico de Hernández Elementos de Bacteriología,fechado en 1906.

Hablando del José Gregorio escritor, vale la pena mencionar que dejó inconclusa la obra La Verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús, en la que hace una defensa de la santa española, exponiendo cómo sus éxtasis religiosos eran eso y no episodios de
“histerismo”, como algunos opinaban. Este tema lo tocó por adelantado en Elementos de filosofía, donde se dedica cuidadosamente a describir y analizar las experiencias religiosas a partir de las cuales la monja se convirtió en “Doctora Mística”.
Revelación de personalidad. En 1944, veinticinco años después de la muerte de José Gregorio, Santos Dominici, para entonces presidente de la Academia Venezolana de Medicina y en otrora compañero de aulas del hoy beato, pronunció un discurso en homenaje suyo en el cual profundizó en la importancia del libro Elementos de filosofía, asegurando que “toda la obra es la revelación de su personalidad en ninguna otra forma ni ocasión manifestada”.
“La obra maestra de José Gregorio Hernández, la que por años meditó, en la que vertió la abundancia de sus conocimientos enciclopédicos, es sin duda Elementos de Filosofía. El primer ejemplar que salió de las prensas me lo remitió a París con esta afectuosísima dedicatoria ‘he escrito este libro pensando en ti’. Audacia y muy grande, necesitaría quien intentase penetrar en
la hondura de esa obra genial, escrita con la difícil claridad y sencillez de quien domina la materia y el idioma y la contempla y expone tal como la siente y la mira en su intelecto”, dice.
“Dispensadme, repito, si hago disonancia al aseverar convincentemente que Hernández pensador y filósofo es por muchos codos superior a Hernández científico y médico, aun cuando culmina en ambas ramas de la sapiencia”, opina Dominici.
El discurso, titulado Elegía al Doctor José Gregorio Hernández, también se puede descargar completo en la Biblioteca Digital César Rengifo, donde se encuentra en un volumen que también reúne parte del intercambio epistolar entre Dominici y el médico de
los pobres.
Dominici resalta cómo un valor esencial del libro es algo que también dice era característica de Hernández, y se trata de que aunque en toda su extensión se revela como una obra escrita por un católico fervoroso, al mismo tiempo no es dogmática, no busca imponer creencias ni invalidar ideas opuestas, en contravía, el texto despliega todo un catálogo de corrientes y escuelas de
pensamiento, explicadas sin mezquindad, ofreciendo un fresco general del pensamiento filosófico occidental hasta principios del siglo XX, a manera de guía consulta.

Es claro cómo este texto se convierte en la albacea más íntima en la cual explorar al José Gregorio Hernández de carne y hueso, al hombre que le atribuía al cuestionamiento permanente y a la reflexión profunda el buen camino de su ánimo y su espíritu. Su beatificación, que llena de júbilo al pueblo venezolano y que no hace más que ratificar un sentimiento colectivo de más de un
siglo fundado en el amor y la gratitud, es una oportunidad de excepción para revisitar y poner en su justo valor a esta obra teórica que enriquece el acervo del pensamiento venezolano.