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    Floyd: el gigante gentil a quien el racismo no dejó respirar

    来源:http://ultimasnoticias.com.ve/    编辑:编辑部    发布:2020/06/22 15:56:10

    No solo su muerte habla de racismo. La vida de George Floyd, el afroamericano asesinado por un policía blanco el pasado 25 de mayo en la ciudad de Minessotta, es un testimonio indiscutible sobre la desigualdad estructural en los Estados Unidos y sus males atávicos relacionados con la segregación. Vivió 46 años y tuvo varios conatos de éxito, pero razones diversas se interpusieron para que cristalizara sus sueños, la principal fue la pobreza. Su físico imponente marcó todo lo que hizo en su vida: medía más de dos metros y era negro, así que se ganó la vida como deportista, como rapero y como vigilante de discoteca. Esos mismos prejuicios cegaron su vida al volverlo sospechoso de un crimen que cometido por algún blanco no pasaría de ser una anécdota.

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    George Floyd fue un activo exponente de la escena del rap en Houston con el AKA de Big Floyd.

    Se crio en el mismo vecindario de Beyoncé, rodeado de carencias y criminalidad. Habitó siempre en guetos. En sus 40, con varios hijos y al parecer una nieta (ninguna de sus biografías logra precisar la información correspondiente a su descendencia) estaba muy lejos de alcanzar el estereotipado “sueño americano” y antes bien trabajaba simultáneamente de guardia de seguridad y de chófer de camiones. Desde la escuela lo apodaban “Gigante gentil” (Gentil giant) debido a su estatura ineludible y a la dulzura de su carácter. Su AKA de rapero iba en esa misma onda: “Big Floyd”.

    No puedo respirar

    Con la escalada de la violencia policial e institucional hacia la población afroamericana en la última década en EEUU, el clamor “Black Live Matters” (Las vidas negras importan) pasó de ser un slogan al nombre que da identidad a un movimiento social. A esa frase que ya es emblemática se le sumó esta vez otra tristemente célebre: “I can’t breathe” (“No puedo respirar”), las últimas palabras pronunciadas por George Floyd mientras era estrangulado por la rodilla del agente policial Derek Chauvin y que resumen la asfixiante situación de la población negra en el país de la libertad.

    Antes de ser la nueva víctima del racismo uniformado, Floyd enfrentó una vida llena de altibajos. Nació el 14 de octubre de 1973 en Fayetteville, Carolina del Norte. Según sus datos demográficos, la ciudad tiene un 42% de población afroamericana y como muchas de las ciudades del sur de EEUU, hasta mediados del siglo XX acogió la política segregacionista. Paradójicamente, aunque las familias blancas en esta ciudad son en su mayoría de población militar debido a la cercanía con el asentamiento del ejército Fort Bragg, sus altas tasas de criminalidad han hecho que a la ciudad se le apode “Fayettenam” (haciendo alusión a Vietnam), y que en 2008 la revista BestLife Magazine considerara a Fayetteville como la tercera peor ciudad para formar una familia en EEUU.

    De allí Floyd salió muy joven para criarse en Houston, Texas, específicamente en el combativo Third Ward, uno de los seis barrios históricos de la ciudad donde está el corazón de la comunidad afroamericana de la capital tejana. Allí mismo nació y creció Beyoncé, entre otros conocidos exponentes de la música negra. Es un barrio de mucha delincuencia, pero también de arraigada lucha social.

    Cursó la secundaria en el liceo Jack Yates, donde por su estatura fue seleccionado simultáneamente para los equipos de fútbol americano y de baloncesto y en ambos se convirtió en estrella adolescente. Tanto así que gracias a su talento deportivo saltó a la universidad en 1993, primero al Comunity College del Sur de Florida y luego a la Texas A&M University–Kingsville. Aquí comienzan los huecos en la biografía de Floyd. A pesar de su aparente éxito como basquetbolista y de sus buenos pronósticos para lograr una carrera profesional, el entonces veinteañero dejó todo para regresar Houston, trabajar como “customizador” de automóviles (esos que decoran los carros para exhibiciones y les dan personalizaciones temáticas) y abrirse camino como rapero con el colectivo Screwed Up Click, con la que incluso grabó varias placas.

    Nuevamente Floyd gozaba de una carrera prometedora, era un músico conocido en la escena de Houston, pero por razones desconocidas volvió a echarlo todo por la borda. Comenzó una retahíla de problemas, fue detenido varias veces por temas de drogas, y en 2007 fue apresado por asalto a mano armada. Ese traspiés le valió 6 años de prisión luego de un acuerdo con la fiscalía en el que aceptó declararse culpable.

    Salió en 2013 y en 2014 se mudó a Minneapolis buscando “comenzar de nuevo”, según dicen sus allegados. Allí vivió hasta su muerte con trabajos intermitentes, sobre todo ejerciendo como guardia de seguridad en locales nocturnos. No es difícil imaginarse cómo su físico era suficiente currículo para esa labor. También se metió de lleno en la religión.

    Floyd perdió su último trabajo en un bar de música latina cuando se declaró la cuarentena en Minneapolis debido al coronavirus. El día de su asesinato fue a comprar cigarrillos y la cajera que lo atendió llamó a la policía ante la sospecha de que el billete de 20 dólares con el que pagó era falso. Los agentes que respondieron al llamado sacaron a Floyd de su carro a la fuerza, lo esposaron y estrangularon en el piso hasta morir. En su defensa, los policías alegaron que Floyd se estaba resistiendo al arresto, pero los videos de seguridad del suceso, así como los tomados en el sitio por distintos testigos, los contradicen rotundamente.

    Su asesinato reavivó una llama colectiva que, si bien nunca ha sido apagada, la mayoría del tiempo pasa desapercibida. Las protestas por la muerte de Floyd han alcanzado todas las grandes ciudades de EEUU y aunque han sido criminalizadas, también han sido acompañadas por voces influyentes tan diversas como Madonna, Michelle Obama, Paul McCartney y Kim Kardashian. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, se hizo viral en un video donde las justifica y aúpa. La situación se ha tornado tan caliente que hasta hizo que Donald Trump pasara una noche en su bunker por miedo a una invasión de la Casa Blanca.

    Privilegio blanco en cifras

    No es retórica hablar de racismo y de “privilegio blanco” en Estados Unidos. En Netflix hay un documental completo — Hello, Privilege. It’s Me, Chelsea— sobre este nuevo nombre dado al estado de bienestar que vive la población blanca en el país norteamericano a costa de la subalternización estructural a las comunidades de origen afro. Los testimonios allí retratados son elocuentes.

    Para dar más contexto, la BBC compiló cuatro datos que por sí solos dan cuenta de esta realidad. Como punto de partida para comprender esas cifras es necesario precisar que las comunidades negras representan en 13,4% del total de la población en EEUU, mientras que los blancos son el 60% y el resto otras minorías.

    Visto esto, la primera categoría a analizar es la muerte en custodia policial. En 2019, de 1.099 muertes, el 24% fue de personas negras, una cifra desproporcionada de acuerdo con la información demográfica total del país.

    El segundo dato es la población carcelaria, donde las personas negras representan el 33% de la población condenada. Los datos traducen que, por cada 100 mil personas negras adultas, hay mil presas; en cambio, en cuanto a la gente blanca, por cada 100 mil, hay sólo 200 en cumpliendo condena en cárceles.

    La tercera categoría está relacionada con la coyuntura del covid-19. El 33% de los casos de personas hospitalizadas por el virus ha sido de negros, y en las ciudades más grandes la tasa de muertes por coronavirus en afroamericanos es de hasta el 70%. Esto es porque estas comunidades negras tienen menos acceso a la salud y más condiciones preexistentes como cardiopatías o diabetes debido a la pobreza que les impide costear servicios médicos de forma sistemática.

    Finalmente, la BBC analizó las cifras correspondientes a los ingresos. Dicen estos datos que, en EEUU, solo por ser negro se tienen dos veces más probabilidades de sufrir de pobreza. En 2018 los hogares negros ganaron en promedio el 61% de lo que ganaron los hogares blancos.

    Más allá de las cifras, la cotidianidad habla a gritos en EEUU y en gran parte del mundo. De muchos, un experimento social inventado por una maestra de escuela rural del estado de Iwoa, Jane Elliott, a propósito del asesinato de Martín Luther King, es una prueba irrebatible. El test —registrado en el documental Ojos azules, realizado en 1996— se ha hecho famoso mundialmente y su elocuencia es ensordecedora.

    Consiste en reunir en un auditorio un público de estudiantes blancos. A ellos Elliott plantea una sola solicitud: “Quiero que se ponga de pie cada persona blanca en este salón que estaría feliz de ser tratada de la manera en que esta sociedad en general trata a los ciudadanos negros”. El número de personas que se levanta es siempre cero. El auditorio sabe que el precio por levantarse es dejar de respirar.

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