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Providencia: La cuarentena decretada por Bolívar que duró 150 años
来源:http://ultimasnoticias.com.ve/ 编辑:编辑部 发布:2020/06/22 15:57:42
Uno de los decretos más longevos del Libertador Simón Bolívar estuvo movido por una pandemia. Lo firmó en 1828 y el objetivo era contener la propagación de una enfermedad milenaria que también era una estigma: la lepra. Para tal fin, quien entonces era Presidente de la Gran Colombia ordenó recluir a todos quienes la padecían en una isla triangular de tres kilómetros cuadrados enclavada en el Lago de Maracaibo. No fue hasta 1985, con Jaime Lusinchi en el poder y gracias a la vacuna de Jacinto Convit, cuando cerró sus puertas este leprosario —el primero del país— , que de tanta soledad se convirtió en un mundo aparte.
Faltaban dos años para su muerte y para que se desmoronara la alianza política a la cual había consagrado su vida. En 1828, después de tanta guerra, Bolívar estaba dedicado a gobernar, aunque el ambiente estaba enrarecido. Fue el año de la Convención de Ocaña y de las pugnas más ácidas con Santander. El decreto para segregar a los enfermos de lepra, en la entonces llamada Isla de Burros, tuvo la rúbrica del Libertador el 5 de septiembre, veinte días antes de aquel famoso atentando en Bogotá del cual lo salvó Manuelita Sáenz empujándolo en pijamas por una ventana.
El Padre de la Patria bautizó al centro de reclusión como Lázaro, evocando al personaje que según el evangelio de San Juan murió víctima de la lepra pero recobró la vida gracias a aquella lapidaria sentencia de Jesús: “Levántate y anda”. La sabiduría popular también le puso el sombrío apelativo de “Isla de Mártires” hasta que décadas después alguien llegó con un título más benevolente pero igualmente evocativo: “Providencia”.
En su decreto, firmado en Bogotá, donde estaba la sede de su administración, Bolívar especificó que el dinero para mantener el centro provendría de las rentas generadas por el puerto de la Vela de Coro.
De Jerusalén a Maracaibo
Sobre cuándo llegó la lepra a Venezuela hay datos que se contradicen. La médica dermatóloga Ana María Zulueta refiere en una investigación publicada por la revista Dermatología Venezolana (Nro. 32), que la primera mención oficial que informa sobre un enfermo de Mal de Hansen en el país data de 1626, “en la persona de Don Pedro Gutiérrez de Lugo, para entonces Capitán General de la Provincia”.
La enfermedad se diseminó por todo el territorio nacional, teniendo como vector importante el tráfico de esclavos, sin embargo no fueron ellos los causantes del agudo brote que azotó el occidente a principios del siglo XIX y que llevó a construir el lazareto en Isla de Burros.
Registran los historiadores Jesús Ángel Semprún y Luis Guillermo Hernández en su Diccionario General del Zulia, que el paciente cero en Maracaibo entró en 1804 proveniente del territorio caribeño que hoy conocemos como República Dominicana. Tenía por nombre Domingo de La Vega, y junto a otros compatriotas suyos arribó a la ciudad portuaria huyendo de la cruenta guerra de Independencia en su país.
Antes de la Isla de Mártires, Venezuela contaba con un centro de reclusión para leprosos ubicado en Cumaná, inaugurado en 1750, y otro en Caracas, desde 1753. La idea es que el lazareto lacustre mantuviera en cuarentena indefinida a los enfermos del occidente de Venezuela, los Andes y las regiones colombianas circundantes. No obstante, el proyecto para este leprosario resaltaba por lo ambicioso, tanto por el nivel de atención que esperaba brindar a los enfermos como por las características de ciudadela más que de hospital. Se trataba de un lugar para vivir, no de convalecencia. Era una isla para, justamente, mantener aislada a esa población que nadie quería cerca y que muchas culturas bautizaron como “los intocables”.
A 14 kilómetros por siglo y medio
Bolívar no pudo ver la ciudadela que fue construida por orden suya, inaugurada medio año después de su muerte. Los primeros cinco huéspedes arribaron el 4 de julio de 1831 a la isla que sería su hogar definitivo. Meses más tarde la población superó los varios cientos. Allí emprendieron su convivencia mujeres y hombres víctimas de este mal lleno de malos augurios que les pudría la piel. Junto a ellos, personal de salud de toda escala jerárquica los acompañaba en su día a día. También sacerdotes y monjas que habían viajado desde España especialmente para prestar servicios en este lugar.